sábado, 17 de enero de 2009

Un encuentro aterrador

Todavía no logro reponerme de tan amarga experiencia, el miedo recorre mi cuerpo, parece ser que ahora es un componente de mi sangre y recorre todo mi ser, de los pies a la cabeza el miedo me ha poseído. Hace que mi estómago se ponga tenso y mi cuerpo sufra de pequeñas tembladeras que, cuando huí de lo que pudieron ser mis últimas horas de vida, fueron incontrolables y mi hablar casi ininteligible.
Ahora, cuatro horas con cuarenta minutos después de tan terrorífica experiencia, mientras escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar en lo que me pudo haber pasado. Quizás ahora estaría en una zanja de Ate Vitarte a donde fui por voluntad propia, por seguir la maldita necesidad de satisfacerme sexualmente sin ningún costo y con el afán de pasarla bien, con una persona que nunca había visto. Quizás mañana hubiera sido noticia en los noticieros matutinos: un cadáver habría sido encontrado a tempranas horas de la mañana en una zanja de Ate Vitarte, aparentemente fue asaltado y, al ofrecer resistencia, lo apuñalaron incontables veces hasta dejarlo agonizando en un lugar desolado.

Me dijo que lo espere en el óvalo de Santa Anita, él vivía a dos cuadras de ese lugar. Cuando tomé el carro para ir al encuentro me llama para confirmar que estoy en camino, le digo que aproximadamente en 30 min estoy legando, me dijo que lo espere en la esquina del KFC. Está bien le dije, le pregunté además si había comprado preservativos y me dijo que sí.

Se llama Daniel, o eso me hizo creer. Lo contacté en el chat, luego le di mi correo electrónico y empezamos a conversar en el Messenger, intercambiamos fotos y hasta nos vimos por la cámara web, dijo que tenía 19 años, aunque parecía de menos me gustó más que los otros dos que pretendían lo mismo que él: simplemente ser amantes por unas horas. Lo escogí a él porque, aparte de su físico y su muy apetitoso miembro, me propuso hacerlo en su casa y no en un motel como me dijeron los otros dos. Yo acepté.

Estaba esperándolo en la esquina que habíamos quedado, pero él, no llegaba, lo llamo y le pregunto en dónde está, me dice que llega en 15 minutos que lo espere porque no tardaba, le reclamo diciéndole que ya debía estar acá porque le dije que yo llegaba en 30 minutos, aunque llegué en menos tiempo. Decidí esperarlo y cuando lo vi, al cabo de 25 minutos, me pareció ver a mi primo de 16 años, nos saludamos y luego de un momento mientras caminábamos a tomar el carro para ir a su casa le dije que me dijera su verdadera edad, se ríe e insiste en sus 19 años luego de haberme comentado por qué llegó tarde, aludiendo a un problema con sus mamá por unas notas de su libreta. Ya en el carro volví a insistir en su edad diciéndole que porqué a sus 19 años tenía un problema con sus notas en la libreta escolar. Por Dios, ese niño era una farsa. Me dijo que su verdadera edad era 17, automáticamente le pregunto su año de nacimiento y me dice que nació en el 92 (año exacto), pero le digo que es mentira y me dice 91 y luego que no que en el 90. Realmente estaba sorprendido, no quería que supiera su verdadera edad.

De repente pensé que estaba cometiendo un delito, que el niño éste era colaborador de los policías y que me metería en problemas si me acostaba con él. Luego de aproximadamente 15 minutos en el carro y, haber pasado por una pollería “Kelly´s” nos bajamos y caminamos hasta un parque donde esperamos a que su hermano salga de su casa para poder entrar, le pregunté en dónde vivía y me dijo que a dos o tres paralelas, señalando una casa con una mano y otra con la mano derecha. Hizo unas dos llamadas y, luego de 7 u 8 minutos me dijo que ya podíamos ir.
Levantó la mano y un mototaxi azul se nos acerca pero, otro, amarillo, le gana y nos alcanza primero, pero Daniel escoge el azul, se acerca al conductor y le dice “hasta Santa Marta” y sin más, subimos, sin haber escuchado el precio nos adentramos en la moto y seguimos el camino. La moto la conducía un señor con barba y a su lado, en un asiento improvisado, estaba un joven delgado.
Mientras íbamos en la moto, el día se hacía noche y la conversación no me hizo dar cuenta de por dónde íbamos, de un momento a otro veo que la moto entra a un camino de tierra solitario, no veía a las personas, el alumbrado público era escaso y al final del camino vi una pared enorme, parecía un camino sin salida, le pregunté a Daniel a dónde íbamos, me dijo que a su casa, que claro no era un lugar elegante ni mucho menos, pero que de todos modos la íbamos a pasar bien. Me relajó un poco pero, pensé en cuáles eran las posibilidades de que me pase algo y me encomendé a Dios. La moto iba por caminos similares giraba y giraba y nunca salíamos a una pista donde por lo menos pudiera ver a personas que no estuvieran embriagadas en cantinas clandestinas o tirados en el terral, que era lo que de vez en cuando veía mientras la moto seguía su ruta sin la guía de Daniel, luego de un momento vi a una familia y algunas casas por lo que me calmé un poco, le dije a Daniel que ya habíamos pasado más de tres cuadras, por qué no llegábamos; resolvió una explicación tonta y me hizo sospechar, cuando giramos a la izquierda le dije que no me sentía bien que preferiría bajarme, me dijo que faltan dos cuadras que ya llegamos, sonrió y me dijo que no piense mal, que no me iba a pasar nada, qué te va hacer un chibolo como yo y me tocó la pierna como para que me calmara, pero fue inútil.

Insistí en bajarnos y seguir a pie. Si solo faltan dos cuadras prefiero seguirlas caminando y no en moto, le dije. Además que yo pagaría porque no me sentía bien de seguir con esta incertidumbre. Me dijo que no, que ya llegábamos. Nos bajamos o me tiro, tengo miedo y no quiero sentirme así, bajemos le dije mientras vi que al lado derecho habían unas personas en una bodega a la luz de una vela, esperé a que la moto llegue a la esquina donde, al girar bajaría la velocidad y saltaría. Le tomé de la mano y dije que saltemos, lo jalé pero, él se resistió y trató de que yo no saliera. Ya abajo corrí gritando que me quieren robar hacia las personas que metros atrás estaban en la pequeña bodega. Cuando salté de la moto vi otra moto de color rojo que seguía el mismo camino y también tenía a un copiloto que pareció iba a saltar, no sé si para ayudarme o cogerme, mientras yo corría, la moto azul en la que venía, luego de parar unos segundos, siguió su camino hacia la derecha, pero la moto roja quiso girar a mi encuentro por lo que concluí que si su copiloto saltaba no era para ayudarme, sino todo lo contrario, pero al ver que las personas de esa pequeña tienda se iban asomando para ver lo que sucedía desistieron y se fueron por el mismo camino en que iba Daniel, quien iba a ser mi amante ocasional.
Llegué a estas personas de la bodega y les expliqué casi todo, me dijeron que no tome las motos ilegales. El problema era que no sabía cuáles eran, no conocía nada de ese sitio. En ese momento empecé a unir cabos sueltos y me sorprendí de mi inacción, de que mi siempre malintencionado pensar sobre la gente no funcione. Esta vez de tener un encuentro fortuito con una persona a la que consideraba apetecible me segó y no pude darme cuenta de muchas pistas.

En primer lugar, Daniel, me dijo que vivía a dos cuadras de óvalo de Santa Anita, aún así subimos a un carro que nos llevó a Ate Vitarte. No le pregunté nada a pesar de que mientras lo espera en la esquina del KFC meditaba sobre por qué demoraba tanto si vive a unas cuadras. Luego en el parque me dijo que vivía a unas paralelas de donde estábamos, aún así, sin pensarlo subimos a un mototaxi azul. Sobre el mototaxi tengo que decir que éste estaba en la esquina, estacionado, como esperando la orden de Daniel. Por qué no subimos a la moto amarilla que llegó antes, era evidente: los que conducían la moto azul eran sus cómplices. Luego en la moto, ya habíamos avanzado más de 5 cuadras y no le pregunté nada, simplemente no me di cuenta de que me había mentido cuando dijo que vivía a unas cuantas paralelas y, cuando entramos en el camino de tierra y le pregunté a dónde íbamos, me dijo que a su casa a unas dos cuadras más allá, le pregunté si ellos sabían y me dijo que sí, llegamos a Santa Marta siempre por el mismo camino vociferó, como para que escuchar los que conducían. Éstos bajaron el volumen estridente de su radio a pilas, fue entonces cuando sospeché de los chicos que manejaban la moto porque cuando Daniel les dijo que lo llevaran a Santa Marta, éstos no le dijeron el precio ni nada. Noté que Daniel intentaba desesperadamente, pero de forma casi natural, hacerme conversación sobre cualquier tema, yo casi no lo escuchaba, estaba aterrado. Fue después de avanzar unas cuantas cuadras más que salté de la moto.
Definitivamente esa experiencia me ha hecho reflexionar sobre la vida y la muerte, sobre lo cuan estúpido puede ser uno cuando tiene la sangre caliente y quiere satisfacerse sexualmente para relajarse y quiere hacerlo sin complicaciones. Mi vida ya no es la misma.

Espero que tú, quien lee estas líneas pueda tomar en cuenta este relato y obtengas de él un mensaje positivo frente al mal actuar del protagonista.

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